lunes, 7 de mayo de 2012

LOS FERIANTES DE ANTIGUAMENTE

Los feriantes ocupaban las casetas al finalizar los trabajos de carpintería, depositaban sus cajones y baúles, extendiendo sus percalinas de colores con las que forraban las maderas de las casetas para ofrecer una imagen más dulce. Colocaban de las paredes caballos de cartón, tambores, trompetas, muñecas y dulces estrambóticos que provocaban la envidia en todos los niños que paseaban por delante de sus casetas. Cuando llegaba la noche, con las luces las casetas y la Feria adquirían otra dimensión y contribuía a realzar el valor de la humilde baratija y de la bisutería que se ofrecía a precios muy bajos. Unos iban uniformados con guardapolvos caqui y otros con rayas verticales y en la caseta hacían la vida, allí comían, dormían y, pendientes del negocio, no podían acercarse a los pabellones a bailar, ni a contemplar al anochecer las estelas de color que dibujaban en el cielo los fuegos de artificio. A la hora de comer, se les podía ver en torno a un simple guiso en una cazuela, sobre un cajón sin mantel ni servilletas, lo que mostraba su modesta condición económica y ponía de manifiesto que el mundo de las ferias tiene siempre dos caras. Cuando finalizaba la Feria, recogían su género y se encaminaban a otros pueblos, a otras Ferias porque de eso vivían, haciendo frente a las incomodidades de una vida errante y con el temor de la lluvia, su gran enemigo.

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